Sin Dependencia de Palabras y Letras: La Paradoja Central del Zen
En nuestra exploración anterior de las enseñanzas de Sangharákshita sobre el Zen, establecimos los fundamentos: comprendimos que el Zen es esencialmente la «Escuela de Meditación» dentro del budismo, ubicamos su lugar dentro del desarrollo espiritual a través de las Cinco Facultades, identificamos los malentendidos occidentales comunes, y exploramos qué significa una «transmisión especial fuera de las escrituras». Ahora, en esta segunda conferencia de la serie, Sangharákshita nos enfrenta con una paradoja fundamental que va al corazón mismo de la práctica espiritual: ¿cómo podemos hablar sobre no depender de palabras y letras cuando estamos usando precisamente palabras y letras para hacerlo?
Esta paradoja no es meramente filosófica o abstracta. Es un dilema práctico que todo estudiante serio del Zen—y de hecho, de cualquier tradición espiritual auténtica—debe enfrentar directamente. Como Sangharákshita observa con humor característico al comenzar su conferencia: «Idealmente debería exponer esta línea sentándome en silencio absoluto durante una hora. ¡Y sería una exposición excelente! Pero si hiciera esto, probablemente todos se volverían inquietos e insatisfechos, y no pondrían nada en la bandeja de colecta cuando se fueran.»
Esta observación aparentemente ligera revela algo profundo sobre nuestra relación con las palabras y el conocimiento. Valoramos las palabras; no valoramos el silencio. Pero si el Zen trata fundamentalmente de apuntar hacia una realidad que trasciende las palabras, entonces nuestra dependencia habitual de ellas se convierte en un obstáculo fundamental que debemos examinar y, finalmente, trascender.
La Ilusión del Conocimiento: Cómo las Palabras Sustituyen la Experiencia
Para entender por qué el Zen insiste en la no dependencia de palabras y letras, Sangharákshita nos invita primero a examinar honestamente la naturaleza de lo que llamamos nuestro «conocimiento». Esta investigación resulta ser profundamente reveladora y, como él sugiere, «bastante aterradora».
Consideremos lo que realmente queremos decir cuando afirmamos «conocer» algo. Decimos que sabemos lo que está pasando en el mundo—en India, Rhodesia, Indonesia. Pero ¿de dónde deriva realmente este «conocimiento»? De palabras y letras. De la radio y los periódicos, de fragmentos de conversación escuchados en el metro, de comentarios casuales en fiestas. Como Sangharákshita observa con inquietante claridad: «Todo se basa en rumores, en información de segunda, tercera y décima mano, en conjeturas y chismes.»
Esta dependencia masiva de información mediada por palabras es históricamente sin precedentes. Nuestros ancestros en épocas pasadas—y muchas personas en países «subdesarrollados» hoy—sabían muy poco de lo que sucedía en el gran mundo que yacía fuera de las puertas de su propia aldea o pueblo. Rumores vagos les llegaban de la capital distante, y usualmente eso era todo. A veces veían ejércitos marchando, a veces ejércitos devastaban con fuego y espada, pero a pesar de tambores resonantes y colores ondulantes, la gente ordinaria no entendía de qué trataba la guerra o quién luchaba contra quién.
Sangharákshita no está idealizando el pasado, sino señalando algo crucial: nuestra dependencia de palabras y letras es, tanto proporcional como absolutamente, mayor ahora que nunca antes en la historia. Esta dependencia se extiende a todos los campos del conocimiento humano—desde la botánica hasta la historia del arte, desde la astronomía hasta la zoología. La mayor parte de nuestro conocimiento de estos temas, si no todo, es de segunda mano. Casi nada es original, resultado de nuestro propio pensamiento y descubrimiento independiente.
Para ilustrar este punto vívidamente, Sangharákshita propone un experimento mental inquietante: «Mientras están sentados aquí, crucen las manos y cierren los ojos, tal como hacen para la meditación. Olviden todo lo que han aprendido de libros, periódicos, revistas, radio, televisión y anuncios. Olviden incluso charlas, conferencias y discusiones. ¿Cuánto conocimiento les quedaría entonces? Muy poco, de hecho.»
Esta experiencia, sugiere, sería muy saludable si la realizáramos regularmente. Nos haría darnos cuenta de cuán poco realmente sabemos. Y saber que no sabemos es el comienzo de la sabiduría.
El Conocimiento Espiritual: ¿Experiencia o Información?
Habiendo examinado nuestra dependencia general de palabras y letras, Sangharákshita dirige nuestra atención hacia un territorio aún más crucial: nuestra dependencia de ellas en asuntos espirituales. Esta es donde la distinción entre conocimiento real y mera información se vuelve no solo importante, sino transformadora.
Asumamos que tenemos una cierta cantidad de conocimiento religioso. Sabemos sobre el budismo. Conocemos las Cuatro Nobles Verdades y el Noble Sendero Óctuple; sobre karma y renacimiento, nirvana y originación dependiente; sobre shunyata, bodhisattvas, y la Tierra Pura. Como Sangharákshita observa con ironía: «¡Qué mucho sabemos! Incluso sabemos sobre el Zen.»
Pero aquí viene la pregunta crucial: ¿de dónde ha venido todo este conocimiento? De libros y conferencias. En última instancia, proviene de las escrituras. Y las escrituras consisten en palabras y letras. Por lo tanto, nuestro conocimiento del budismo depende de palabras y letras. Por ende, es todo de segunda mano, no basado en experiencia y percepción directas y personales.
Sangharákshita propone otro experimento mental, aún más radical: «Dejemos de lado todo conocimiento del budismo que depende de palabras y letras, todo lo que no hemos experimentado y verificado por nosotros mismos. Probablemente tendremos que descartar bastante. ¿Realmente sabemos qué es el nirvana? ¿Qué hay de shunyata? Déjenlos de lado también si es necesario. Al final del experimento, ¿cuánto conocimiento real queda? Quizás nada en absoluto.»
Esta no es una propuesta nihilista. Como Sangharákshita explica claramente, no deberíamos pensar que hemos perdido algo. De hecho, hay una gran ganancia. El Zen se preocupa por la experiencia del espíritu viviente del budismo, y con la transmisión de ese espíritu. Para el Zen no importa nada más. Nada debe permitirse que se interponga en el camino.
El Obstáculo Principal: Pensar que Sabemos
¿Qué es lo que más se interpone en el camino de tener un conocimiento real del budismo basado en nuestra propia experiencia? Sangharákshita hace esta pregunta a su audiencia y, ante el silencio, proporciona la respuesta que es fundamental para toda comprensión Zen: «Seguramente el mayor obstáculo es pensar que sabemos. Hasta que este obstáculo haya sido removido, no es posible ningún progreso.»
Esta comprensión—saber que no sabemos—es más que el comienzo de la sabiduría. Es también el comienzo de la Iluminación, el comienzo del progreso espiritual real. Implica distinguir entre lo que sabemos de segunda mano, de las escrituras, y lo que sabemos por experiencia directa.
Esto es lo que el Zen significa cuando nos urge a no confundir los dos tipos de conocimiento. Si los confundimos, no es posible ningún progreso espiritual. Desafortunadamente, somos culpables de esta confusión todo el tiempo. Es, de hecho, parte de nuestro condicionamiento psicológico general.
El proceso funciona así: habiendo fallado en distinguir pensamientos de cosas, luego fallamos en distinguir palabras de pensamientos. Pensamos que si podemos etiquetar algo, lo hemos entendido. Tomemos, por ejemplo, el nirvana. Esto es esencialmente un principio espiritual, o Realidad trascendental, y puede ser pensado de varias maneras. Por ejemplo, puede ser pensado en términos del cese completo del deseo. Como entendemos lo que significan las palabras «cese del deseo», ¡pensamos que sabemos qué es el nirvana!
Cuando, por lo tanto, en alguna obra no budista, encontramos la idea de libertad del deseo, inmediatamente exclamamos triunfalmente: «¡Ah sí, nirvana!» De inmediato pegamos la etiqueta. Pensamos que «sabemos» que el estado de libertad del deseo mencionado en la obra no budista y el nirvana budista son uno y el mismo. Todo lo que hemos hecho en realidad es igualar pensamientos y palabras. No estamos tratando directamente con cosas, con realidades, en absoluto. En el mejor de los casos estamos tratando con pensamientos sobre cosas, o a menudo con solo palabras.
La Trampa de la Conceptualización: Cuando las Etiquetas Reemplazan la Experiencia
Esta actividad de conceptualización y verbalización es demasiado común en Occidente. Como observa Sangharákshita: «La gente habla demasiado. Siempre quieren poner etiquetas prefabricadas a sus experiencias. Es como si fueran incapaces de disfrutar la belleza de una flor hasta que le hubieran dado su clasificación botánica correcta y un nombre en latín.»
Para ilustrar este punto, Sangharákshita relata una anécdota reveladora contada por un amigo indio, un hermano mayor en la Orden. Este amigo había visitado Alemania donde dio algunas conferencias sobre budismo. Una mañana, una dama budista alemana vino a verlo. Como él estaba en medio de escribir una carta y quería alcanzar el correo, le pidió que esperara en una habitación contigua. Solo había estado escribiendo unos minutos cuando la puerta se abrió violentamente, y la dama alemana exclamó violentamente: «¡Me volveré loca si me quedo aquí mucho más tiempo. ¡No hay nadie con quien hablar!»
Al llegar al final de la historia, el amigo de Sangharákshita levantó las manos en simulada desesperación, como diciendo: «¿Qué esperanza hay de difundir el budismo entre tal gente?»
Esta anécdota ilustra vívidamente nuestra adicción cultural a las palabras y nuestra incomodidad con el silencio. Pero, como señala Sangharákshita, tenemos que aprender el valor del silencio—no solo el silencio físico sino el silencio de pensamientos, el silencio de la mente.
La Naturaleza Inefable de la Realidad Espiritual
La razón fundamental por la cual el Zen insiste en la no dependencia de palabras y letras se vuelve clara cuando consideramos la naturaleza de las realidades espirituales mismas. Sangharákshita hace una distinción crucial: algunas cosas pueden ser experimentadas y también pensadas y descritas en palabras. Otras, aunque capaces de ser experimentadas, trascienden el pensamiento y el habla. En el mejor de los casos solo pueden ser indicadas, sugeridas, o insinuadas.
Tales son las realidades, o aspectos de la Realidad, de las que hablamos en términos como «Iluminación», «nirvana», «Buddheidad». Todos estos términos se usan solo provisionalmente. Nos dan una cierta cantidad de guía práctica, alguna idea del cuarto en el que mirar, la dirección hacia la cual tenemos que orientar nuestros esfuerzos espirituales, pero su validez es solo relativa. No definen realmente la meta. Al usarlos, por lo tanto, en el sentido absoluto, no decimos nada en absoluto.
Esta comprensión se refleja en una declaración sorprendente del Lankavatara Sutra, donde el Buddha declara que desde la noche de su Suprema Iluminación hasta la noche de su partida final, no ha pronunciado una sola palabra. Entre los dos eventos yacían cuarenta y cinco años de ministerio terrenal incansable. Durante ese período había enseñado a miles, quizás cientos de miles, de personas. Apenas había pasado un día sin discursos, diálogos, respuestas a preguntas. Sin embargo, en realidad nada había sido dicho porque nada puede ser dicho sobre la Realidad.
Todas sus palabras habían sido indicadores hacia lo que está más allá de las palabras. Como dice Ashvaghosha: «Usamos palabras para liberarnos de las palabras hasta que alcanzamos la Esencia pura sin palabras.»
El Silencio Como Enseñanza: Vimalakirti y la Expresión Perfecta
Para ilustrar cómo el silencio puede ser la forma más perfecta de enseñanza espiritual, Sangharákshita relata la famosa historia del «silencio atronador» de Vimalakirti. Vimalakirti, el gran bodhisattva laico de Vaishali, está enfermo, y el Buddha pide a Shariputra que vaya a preguntar por su salud. El gran discípulo declina, sin embargo, ya que una vez había sido amonestado por Vimalakirti y se siente indigno de la misión. Todos los otros discípulos, incluyendo los bodhisattvas, también protestan su indignidad, y por la misma razón; todos han sido severamente desconcertados por Vimalakirti en algún momento u otro.
Eventualmente Manjushri, el gran Bodhisattva de la Sabiduría, acepta cumplir con la petición del Buddha, y va a ver a Vimalakirti con un vasto séquito. Hay una gran cantidad de discusión y mucha dialéctica sutil. Eventualmente surge para discusión la naturaleza de la Doctrina de la No-dualidad.
Varias interpretaciones son dadas por los presentes. Uno dice: «Pureza e impureza hacen dos. Si ves la naturaleza real de la impureza, entonces no hay estado de pureza, y te conformas al estado de pureza. Esto es entrar por la puerta de la Doctrina de la No-dualidad» Otro dice: «Samsara y nirvana hacen dos. Ve la naturaleza (verdadera) del samsara, y entonces no hay samsara, no hay atadura, no hay liberación, no hay ardor, y no hay cesación.»
Finalmente se pide a Manjushri su opinión y responde: «Según mi idea, no tener palabra ni habla, no mostrar ni conciencia sobre ninguno de los dharmas, y mantenerse alejado de todas las preguntas y respuestas, es entrar por la puerta de la Doctrina de la No-dualidad.» Su interpretación es muy aplaudida.
Manjushri entonces pide a Vimalakirti que hable. Pero «Vimalakirti se mantuvo en silencio, sin una palabra.» Este es el «silencio atronador» de Vimalakirti—una enseñanza más perfecta que todas las palabras que la precedieron.
La Resolución de la Paradoja: Usar las Palabras para Trascender las Palabras
Al final de su conferencia, Sangharákshita nos confronta con la paradoja con la que comenzó: si en el Zen no hay dependencia de palabras y letras, entonces ¿en qué debemos depender? Pero antes de responder esta pregunta (que abordará en la siguiente conferencia), nos ayuda a entender la verdadera naturaleza de la posición Zen hacia las palabras.
El Zen no considera las palabras como completamente inútiles. Como Sangharákshita observa: «Como he dicho al comienzo de la charla, al comunicar la verdad de no dependencia de palabras y letras uno es inevitablemente dependiente de palabras y letras.»
Esta aparente contradicción no es un defecto lógico sino una característica esencial del camino espiritual. Las palabras y conceptos son como una escalera: necesarios para ascender, pero finalmente deben ser dejados atrás una vez que se alcanza el destino. O, para usar la metáfora que Sangharákshita empleó en su conferencia anterior, son como un dedo que señala la luna—útiles para dirigir nuestra atención, pero no deben confundirse con aquello hacia lo que apuntan.
Mientras permanezcamos dependientes de palabras y letras, permitiéndonos ser esclavizados por ellas en lugar de hacer uso de ellas, seremos incapaces de realizar aquello que trasciende palabras y letras. Al mismo tiempo, confundiremos los dos tipos de conocimiento, pensando que sabemos algo cuando meramente lo hemos escuchado o leído sobre ello.
Por esta razón el Zen insiste en que debe haber «No dependencia de palabras y letras». No que las palabras sean completamente inútiles, sino que no deben convertirse en substitutos de la experiencia directa. Deben usarse hábilmente como medios hacia la comprensión, no adorarse como fines en sí mismos.
Conclusión: Hacia la Experiencia Directa
Esta segunda conferencia de Sangharákshita profundiza nuestra comprensión del Zen llevándonos al corazón de una de sus características más distintivas: su relación sofisticada pero directa con el lenguaje y los conceptos. Hemos visto que la insistencia del Zen en la no dependencia de palabras y letras no surge de anti-intelectualismo o desprecio por el aprendizaje, sino de una comprensión profunda de las limitaciones inherentes del conocimiento conceptual cuando se trata de las realidades espirituales más profundas.
La progresión de esta conferencia—desde nuestro examen de la dependencia general de palabras y letras, a través de su aplicación específica al conocimiento espiritual, hasta las implicaciones para la práctica del Zen—nos ha preparado para la pregunta que surgirá naturalmente: si no debemos depender de palabras y letras, ¿entonces en qué debemos depender?
Esta pregunta nos llevará, en la próxima conferencia, al «señalamiento directo a la mente»—la tercera línea del verso que encapsula la esencia del Zen. Pero ya en esta exploración de la segunda línea, podemos ver el contorno de la respuesta: debemos depender de la experiencia directa, en la práctica real, en el encuentro inmediato con la realidad que trasciende todos los conceptos.
El Zen no nos pide que abandonemos el estudio o el pensamiento, sino que no permitamos que estos se conviertan en substitutos de la transformación real. Como Sangharákshita ha mostrado claramente, el mayor obstáculo para el progreso espiritual es pensar que sabemos cuando en realidad solo hemos acumulado información. El camino hacia la sabiduría real comienza con la humildad de reconocer cuánto de lo que llamamos «conocimiento» es en realidad solo palabras sobre palabras, conceptos sobre conceptos.
En nuestra era de sobrecarga de información, esta enseñanza es más relevante que nunca. Estamos rodeados de palabras—en libros, internet, medios sociales, podcasts espirituales—pero la pregunta que el Zen nos plantea es penetrante: ¿cuánto de esto es realmente conocimiento transformador, y cuánto es solo más ruido conceptual que nos aleja de la experiencia directa de lo que somos y lo que podemos llegar a ser?
La invitación del Zen, como Sangharákshita la presenta, no es rechazar las palabras sino usarlas sabiamente—como escalones hacia algo más allá de ellas mismas, como dedos que señalan hacia la luna de la realización directa. Solo cuando aprendemos a no depender de palabras y letras, paradójicamente, podemos usarlas con verdadera libertad y efectividad.
Esta es la sofisticación del Zen: no una negación simplista del intelecto, sino una comprensión madura de sus límites y su lugar apropiado en el viaje hacia el despertar completo. En la siguiente etapa de nuestro viaje, exploraremos hacia dónde apunta exactamente este «señalamiento directo»—no hacia más conceptos, sino hacia la fuente misma de toda experiencia: la mente misma.