las etapas del camino espiritual

Del Sufrimiento a la Liberación

Esta entrada se basa en una charla de 1966 del maestro budista británico Sangharákshita, parte de su serie «Introduciendo el Budismo». En esta vigésimo octava conferencia, titulada «Las Etapas del Camino Espiritual», Sangharákshita explora el aspecto más práctico de las enseñanzas budistas: el camino gradual que conduce desde nuestra experiencia cotidiana del sufrimiento hasta la realización última de la liberación.

La brecha entre teoría y práctica

Sangharákshita comienza su charla con una observación incómoda pero necesaria: aunque la filosofía budista puede ser relativamente fácil de entender a nivel intelectual, ponerla en práctica es extraordinariamente difícil. Semana tras semana, mes tras mes, muchos estudiamos el budismo, leemos libros, asistimos a charlas, pero conseguimos poner en práctica muy poco de lo que aprendemos.

Para ilustrar este punto, Sangharákshita relata un encuentro memorable entre Bodhidharma —el fundador del Chan (que después se convirtió en Zen) en China— y el emperador chino. El emperador, ansioso por aprender los principios fundamentales del budismo, le preguntó a Bodhidharma cuál era la enseñanza esencial. Bodhidharma respondió con un simple verso en pali:

«Abstención de todo mal, la práctica del bien, purificación del corazón: esta es la enseñanza del Buda.»

El emperador quedó profundamente decepcionado. «¿Eso es todo?» preguntó incrédulo. «Hasta un niño de tres años puede entender eso.» A lo que Bodhidharma respondió con penetrante claridad: «Cierto. Hasta un niño de tres años puede entenderlo. Pero incluso un anciano de ochenta años como tú no puede ponerlo en práctica.»

Esta brecha entre comprensión y práctica es el tema central de esta enseñanza. No se trata de acumular más conocimiento teórico, sino de transformar progresivamente nuestra forma de ser en el mundo.

El principio de condicionalidad progresiva

Para entender las etapas del camino espiritual, necesitamos comprender primero un principio fundamental: la condicionalidad. El Buda enseñó que todo lo que surge en el universo —ya sea material, mental, psíquico o espiritual— lo hace en dependencia de ciertas condiciones, y cesa cuando esas condiciones ya no están presentes.

Dentro de esta ley universal de condicionalidad existen dos grandes modalidades:

La condicionalidad cíclica es un proceso de acción y reacción entre factores opuestos: felicidad e infelicidad, nacimiento y muerte, depresión y euforia. Es como un péndulo que oscila constantemente entre extremos, cancelándose mutuamente. Esta es la naturaleza del samsara, la existencia mundana representada en la Rueda de la Vida tibetana.

La condicionalidad progresiva es una forma diferente de acción y reacción: en lugar de oscilar entre opuestos, reacciona desde un factor hacia otro que aumenta e intensifica el efecto del anterior. Por ejemplo: del placer a la felicidad, de la felicidad al éxtasis, del éxtasis a la bienaventuranza. Esto no es un círculo sino una espiral ascendente.

Todas las versiones del camino espiritual —ya sea el Noble Óctuple Sendero, el camino séptuple de purificación o las seis paramitas— se basan en este principio de condicionalidad progresiva. No son listas arbitrarias de prácticas, sino etapas que surgen naturalmente una de la otra, cada una preparando el terreno para la siguiente.

Dónde comienza el camino

El camino espiritual comienza exactamente donde comienza el ciclo de la existencia ordinaria: con nuestra reacción a vedana, las sensaciones agradables, desagradables o neutras que experimentamos constantemente en la vida.

Nuestra reacción habitual es predecible: cuando experimentamos algo placentero, queremos aferrarnos a ello, prolongarlo, repetirlo. Si el año pasado disfrutamos unas vacaciones en cierto lugar, este año nuestro primer pensamiento es volver al mismo sitio. Queremos repetir la experiencia placentera. Cuando la experiencia es dolorosa, intentamos escapar hacia algo placentero. Así oscilamos entre placer y dolor, dolor y placer, manteniendo la Rueda de la Vida en movimiento.

Pero supongamos que adoptamos una actitud diferente. Supongamos que miramos con más objetividad toda nuestra experiencia de la vida condicionada. Si tenemos suficiente experiencia y reflexión, veremos que toda ella es fundamentalmente insatisfactoria. No es que no haya experiencias placenteras o cosas que disfrutemos, sino que no encontramos nada profunda y permanentemente satisfactorio.

Sangharákshita observa, desde su experiencia pastoral, que incluso personas que aparentan tener vidas felices —con dinero, familia satisfactoria, sin enfermedades aparentes— a menudo vienen a confesarle: «Ya no puedo soportarlo más. Estoy completamente harto, completamente miserable.» La vida feliz era solo una fachada que ocultaba una profunda insatisfacción.

El surgimiento de la fe

Cuando reconocemos esta insatisfacción fundamental, cuando vemos que la felicidad verdadera no se encuentra en el trabajo, la familia, los hobbies o el club deportivo, comenzamos a buscar en otra dirección: en lo que vagamente llamamos «lo espiritual».

Al principio es una búsqueda confusa. Quizás no sabemos qué estamos buscando. Pero poco a poco, casi por accidente, encontramos pistas: un libro, una película, un encuentro. Empezamos a intuir una dimensión diferente de la que no éramos conscientes antes. Comenzamos a desarrollar un sentimiento cada vez más fuerte de que hay algo ahí, algo detrás del velo.

Eventualmente, esto se desarrolla en lo que el budismo llama saddha o sraddha: fe, confianza, devoción. Es la contraparte saludable (éticamente positiva) del trsna o deseo. La palabra sánscrita sraddha viene de una raíz que significa «poner el corazón en». Por tanto, sraddha significa orientar nuestra vida emocional, colocar nuestro corazón en lo Incondicionado, en lo Absoluto, en lugar de ponerlo en lo condicionado.

Esta es la primera etapa del camino: en dependencia de dukkha (sufrimiento o insatisfacción), surge saddha (fe o confianza) en el sentido de sensibilidad hacia toda una dimensión superior de verdad y realidad.

Cuando reaccionamos de esta manera —cuando en lugar de surgir deseo surge fe— hemos reaccionado no en orden cíclico sino progresivo. La espiral de la vida espiritual ha comenzado a desenvolverse.

Generosidad y ética

Como resultado del surgimiento de esta fe, de esta sensibilidad a valores superiores, comenzamos a practicar dos virtudes fundamentales: dana y sila.

Dana significa generosidad o dar. El deseo ya se ha debilitado porque en lugar de surgir deseo ha surgido fe. Por tanto, nuestro apego a las cosas materiales se afloja. Nos volvemos más generosos.

Sila es la ética o la vida moral. Especialmente en esta etapa, practicamos los cinco preceptos: no matar, no robar, abstención de conducta sexual inapropiada, uso correcto del habla, y abstención de intoxicantes que nublan la mente.

Como resultado de esta práctica de generosidad y vida ética, y especialmente como resultado del surgimiento de la fe, nos sentimos ligeros, felices y contentos. Sentimos que ahora hay un objetivo definido en nuestra vida. Antes éramos arrastrados sin rumbo, pero ahora tenemos una dirección clara. El contacto espiritual se ha establecido.

Por supuesto, no es todo suave. La fe puede surgir pero también puede disminuir. El péndulo sigue oscilando. Algunas personas vienen a clases de budismo tremendamente interesadas, luego desaparecen por meses. Cuando regresan tímidamente y se les pregunta qué pasó, pueden decir con expresión avergonzada: «Bueno, me temo que estuve ‘dándome la gran vida’ por unos meses.» Pero regresan. Con el tiempo, el péndulo oscila menos violentamente y eventualmente llega a descansar en el centro.

Satisfacción, deleite y éxtasis

Así encontramos que en dependencia de saddha (fe), surge pamojja: satisfacción, deleite o tranquilidad. Es una sensación de estar en paz con uno mismo.

Y cuando esa satisfacción se intensifica, surge algo más poderoso: en dependencia de pamojja, surge piti: interés, entusiasmo, éxtasis o arrobamiento.

Piti se clasifica técnicamente en cinco tipos diferentes:

  1. El estremecimiento menor: el tipo que hace que los vellos del cuerpo se ericen cuando estamos profundamente conmovidos.
  2. El arrobamiento momentáneo: viene como un relámpago, tan abrumador que solo podemos experimentarlo un instante. Nos toca, nos reduce a cenizas por así decirlo, y luego desaparece.
  3. El arrobamiento inundante: como las olas en la orilla del mar que entran y llenan una cueva. Especialmente durante la meditación, sentimos que el éxtasis nos inunda.
  4. El arrobamiento que todo lo impregna: nos sentimos como un globo, ligeros, boyantes, casi levitados.
  5. El arrobamiento transportador: que según las enseñanzas budistas puede causar levitación real.
  6.  

Sangharákshita relata una anécdota fascinante sobre este último tipo. En una estación de tren en India, personas le presentaron a un hombre común con un problema inusual: cada mañana, al practicar ciertos ejercicios de respiración, simplemente flotaba unos centímetros o metros sobre el suelo. «No puedo controlarlo», se quejaba. «Quiero meditar, pero esta levitación se interpone. ¿Cómo puedo detenerla?»

Sangharákshita explicó que según el budismo, la levitación ocurre por exceso de piti. La solución es cultivar upeksa (ecuanimidad) como fuerza equilibradora. (Nunca supo si el consejo funcionó.)

También cuenta sobre un lama tibetano que modestamente admitió: «Sí, puedo hacer un poco de levitación. Si paso seis meses meditando solo en la jungla o en un monasterio aislado, puedo hacerlo al final de ese período.»

Estas experiencias de piti son psicofísicas, experimentadas tanto en el cuerpo como en la mente. ¿Qué es realmente este piti? En términos modernos, podemos decir que surge de la liberación de energía debido a la resolución de complejos psicológicos. Dentro de nosotros hay pequeños bloqueos de energía —energía cortocircuitada, atrapada. En el curso de la vida espiritual, especialmente mediante la práctica de la conciencia plena, estos se resuelven. La energía atrapada se libera y surge, y sentimos este piti, este éxtasis psicofísico en diversos grados.

Calma, felicidad y concentración

A continuación, en dependencia de piti, surge passadhi: calma, tranquilidad o serenidad. Esto es un estado puramente mental. Ya no hay conciencia del cuerpo físico.

Mientras que la experiencia de piti era psicofísica, aquí hay una pacificación del lado físico. La experiencia se retira del cuerpo, del sistema nervioso, y se vuelve puramente mental.

Y en dependencia de passadhi, surge sukha: una sensación de felicidad intensa que brota, por así decirlo, dentro de uno cuando la conciencia corporal se transforma. El lado físico del éxtasis psicofísico se refina, se elimina, y queda una experiencia puramente mental o espiritual de bienaventuranza o felicidad.

La característica de la felicidad es la estabilidad. Si eres realmente feliz con algo, no tienes deseo de moverte hacia otra cosa. Si eres perfectamente feliz conversando con alguien, no empiezas a pensar en ir a hablar con otra persona. Si eres perfectamente feliz con la casa que tienes, no empiezas a pensar en otra casa.

La mayoría de la gente no es estable. No son estables porque están frustrados, porque no son felices. Siempre quieren pasar a otra cosa, siempre quieren cambio, variedad. El mero hecho de que tan frecuentemente queramos pasar a otra cosa significa que no somos felices.

Cuando eres feliz, cuando experimentas verdadera felicidad espiritual, no hay deseo de moverte hacia otra cosa. En casos muy raros nos llega que estamos completamente felices y por tanto completamente inmersos en alguna experiencia. No hay deseo de moverse hacia nada más, y eso significa que la mente naturalmente se vuelve unipuntual. Cuando eres feliz con algo y en algo, te absorbes más y más y más. De esta manera, toda la mente, todo el ser, se concentra, se vuelve unipuntual —desde la experiencia de felicidad.

Por tanto, en dependencia de sukha, surge samadhi: concentración o meditación. Esto es muy significativo. Significa que no hay verdadera concentración, no hay verdadera meditación, sin felicidad. Si no eres una persona feliz, o si no estás experimentando felicidad, no puedes concentrarte, no puedes meditar.

La mayoría de la gente piensa en la concentración de manera completamente diferente. Piensan que la concentración es algo que se gana por la fuerza de voluntad. «Aquí estoy. Ahora es mi hora de meditación. Mi mente está zumbando, llena de pensamientos ociosos. El tráfico sube y baja afuera. Seguro que habrá un golpe en la puerta. Pero voy a concentrarme. No particularmente quiero hacerlo, pero me he decidido. Voy a forzar mi mente, fijarla en ese objeto.»

Pero la meditación no es solo una cuestión de aplicar técnicas, ni siquiera las técnicas correctas. La meditación es mucho más un asunto de crecimiento gradual. Si la concentración no crece de esta manera natural y espontánea, si insistimos en hacerla un asunto de fijación forzosa de la mente en un objeto, hay un gran peligro de reacción de las porciones no regeneradas o no sublimadas de nuestra psique.

Esto no significa que los ejercicios no sean útiles. Son muy útiles. Pero juegan definitivamente un papel secundario. Y son mucho más efectivos cuando el terreno ha sido limpiado. Sin fe, sin éxtasis, sin calma, sin felicidad espiritual, la gente simplemente intenta, mediante un esfuerzo de voluntad, concentrarse y meditar. Pero eso no es posible.

Hay tres niveles de samadhi:

  1. El nivel preliminar: la mente se fija en el objeto burdo, como el proceso de respiración o la imagen del Buda.
  2. La etapa intermedia: con una contraparte sutil, a menudo luminosa, del objeto original.
  3. El samadhi pleno: cuando la mente se absorbe completamente en la contraparte sutil del objeto de concentración original.

El samadhi pleno se divide además en samadhi con forma y samadhi sin forma, cada uno subdividido en cuatro niveles que representan estados cada vez más sutiles.

Ver las cosas como realmente son

Hasta este punto, incluso con el samadhi, todavía estamos en niveles mundanos. La rueda se ha estirado como una banda elástica hasta un punto, pero puede volver a su posición. Estamos en la espiral pero todavía sujetos a lo que Sangharákshita llama «la atracción gravitacional de la rueda».

Pero desde ahora en adelante, con el surgimiento del siguiente eslabón de esta serie, llegamos a la segunda parte de la espiral, que es puramente transcendental y de la cual no hay posibilidad de regresión.
El Buda dice: «La mente concentrada ve las cosas como realmente son.» Cuando la mente no está calmada, cuando no está quieta, cuando hay demasiados pensamientos, cuando no está armonizada o balanceada, está toda torcida, distorsionada y pervertida, y no puede ver las cosas como realmente son.

Es como cuando el agua está quieta, cuando las aguas de un lago o estanque están quietas, sin olas, pueden reflejar el rostro de la luna sin distorsión. Pero cuando sopla el viento, cuando hay muchas ondas pequeñas, incluso grandes olas, el reflejo de la luna se rompe, se distorsiona. Vemos las cosas así, todas en pedazos, rotas, torcidas. Solo la mente concentrada ve las cosas como son, ve la luna llena, completa y perfecta y redonda.
Por tanto, en dependencia de samadhi, surge yathabhutajnanadassana: conocimiento y visión de las cosas como realmente son.

Comenzamos viendo las cosas condicionadas como realmente son: como insatisfactorias, transitorias e insustanciales, desprovistas de cualquier yo real o realidad. Cuando las vemos así, por supuesto, ya no estamos apegados a ellas. Nos retiramos de ellas.

Desapego, desapasionamiento y liberación

Por tanto, en dependencia de yathabhutajnanadassana, surge nibbida: desapego, repulsión o desvinculación de las cosas condicionadas.
 
Los textos Pali dan un ejemplo interesante: supongamos que hay un pescador (en India los pescadores a veces atrapan peces con sus manos). Se posa en una pequeña ribera al borde de los arrozales inundados donde hay peces entre las plantas de arroz. Baja sus manos, los peces están ahí abajo en el barro, sintiendo el calor que se filtra a través del agua, y de repente las manos del pescador los agarran. Pero a veces, cuando lo saca, el pescador ve que no es un pez en absoluto, sino una serpiente venenosa. ¿Qué hace entonces? Simplemente la suelta.
 
Los textos budistas dicen que es así con las cosas condicionadas. Las agarramos, las asimos. Pero cuando vemos en todas estas cosas mundanas, estas cosas condicionadas que hemos asido, las tres marcas de insatisfacción, transitoriedad e insustancialidad, simplemente soltamos.
 
Este eslabón o etapa de nibbida también puede interpretarse simplemente como soltar cuando vemos que las cosas simplemente no valen la pena tener, no valen realmente la pena aferrarse a ellas.
 
En dependencia de ese desapego surge viraga: desapasionamiento o paz mental, no en el sentido ordinario, sino en un sentido completamente transcendental.
 
En dependencia de viraga, surge vimutti: emancipación o libertad, libertad espiritual, libertad de todo condicionamiento, de todos los condicionamientos de la propia mente, todas las limitaciones, prejuicios o perversiones.
 
Es sobre este vimutti que el Buda dice en un pasaje muy importante: «Así como el gran océano tiene un sabor —el sabor de sal— ya sea que tomes agua de los océanos del Oeste o del Este, del Norte o del Sur, todas saben a sal. De la misma manera, mi enseñanza también tiene un sabor. La muestrees donde sea, cualquier enseñanza. Y ese único sabor es el sabor de la libertad, libertad mental, espiritual y transcendental.»
 

El conocimiento final

No hemos llegado del todo al final. En dependencia de vimutti, surge asavakayajnana: el conocimiento, la conciencia, de que los asravas (las impurezas) del deseo por experiencia sensual, del deseo por cualquier tipo de existencia condicionada, y de toda ignorancia espiritual, han sido completamente destruidos.
 
En otras palabras, trsna o deseo, el acompañante emocional de esa ignorancia espiritual, ha sido destruido. Has roto la cadena en su eslabón más débil y más fuerte.
 
En dependencia de vedana, sensación, ya no surge ningún trsna, ningún deseo. Lo has limado hasta la nada mediante tu seguimiento del camino, la espiral, estos pasos sucesivos, estas etapas sucesivas. Así te has elevado todo el camino hasta Nirvana, hasta la Iluminación, hasta la Budeidad.

Un camino extraordinariamente práctico

Para traer esto un poco más a tierra, significa que cuando cualquier experiencia nos sucede —ya sea que alguien nos diga algo, o leamos algo, o sintamos algo— siempre debemos estar conscientes y preguntarnos en qué dirección va la reacción. ¿Es una reacción cíclica o es progresiva? ¿Es la espiral?

Si hay una reacción cíclica —digamos del placer al deseo, el anhelo— entonces damos vueltas y vueltas en la Rueda de la Vida. Si hay una reacción progresiva —digamos una reacción desde la experiencia de la insatisfacción de la vida hacia un sentimiento, una aspiración por algo superior— entonces en esa medida subimos por la espiral, colocamos nuestro pie, por muy vacilante que sea, en el primer paso, en la primera etapa del camino.

Este es verdaderamente un aspecto muy práctico del budismo. ¿Cuántas personas se preocuparán por colocar su pie incluso en el primer paso, incluso en la primera etapa? No lo sabemos. Pero cada uno de nosotros debe investigar sincera y honestamente, introspeccionar nuestras propias mentes, tratar de entender exactamente dónde estamos ahora, en qué dirección vamos, y cuál es el objetivo último de todas nuestras actividades, de hecho de nuestras vidas.

Si vemos las cosas con claridad, si tenemos las etapas del camino, si tenemos el objetivo de esas etapas claramente a la vista, no hay duda de cuál será nuestra decisión, y esperamos también cuál será eventualmente nuestra determinación.

Aquí te dejamos la charla original de Sangharákshita